Este es un corto y sencillo paseo, aunque la magnitud del paisaje, especialmente dentro del cañón, lo eleva por encima de esa consideración menor.
Iniciamos la
ruta ya a las afueras de Ronda, al sur del barrio de San Francisco, donde se
inicia el carril que lleva a la ermita de la Virgen de la Cabeza, bien
señalizado.
Lo suyo es
aparcar en la urbanización que hay junto al Bar la Cuadra, muy buen sitio para
comer, o tomar una cervecilla después.
Iniciamos el
desvío a dicho sendero, pero inmediatamente nos tomamos a la izquierda
siguiendo el GR-141 o Gran Senda de la Serranía de Ronda, que coincide con el SL-A40
hacia el Tajo del Abanico, también bien señalizado.
Al principio
nos encontramos con un amplio carril hormigonado con bastante movimiento de
coches, que se marca la pendiente más continua del sendero.
Luego, tras
perder el hormigonado, y tras una bifurcación, que tomamos a la izquierda,
entramos en una vereda mucho más agradable (camino de Sijuela), apareciendo los
primeros cortados y profundos barrancos.
El camino sigue entre olivares y dehesas, aunque con las paredes a la izquierda en aumento de tamaño.
El camino se vuelve empedrado cuando entramos de lleno en la zona más poderosa del Tajo, con miradores sobre los farallones llenos de surcos por la erosión.
Llegados a una especie de pequeña plataforma, se obvia un sendero que baja, a la derecha, hacia el cauce. Por contra, tomamos el sendero que baja a la izquierda, a una parte seca del cauce del arroyo de la Sijuela.
Este sendero avanza en curva unos metros.
Así, entre los tajos, llegamos a la
cueva del Abanico, frente a la cual avanza como la proa de un barco uno de los
cortados más llamativos, formado por una asociación de rocas sedimentarias
(areniscas y conglomerados sobre todo) conocida como molasa.
Para comprender la dimensión real del cañón, baste esta foto.
El sendero sigue
bastante más allá, hasta Alpandeire. Nosotros lo dejamos ahí, y volvemos para buscar un buen lugar para comer algo, en la zona de olivares.